Saturday, October 29, 2005

III

Guanajuato en Cervantino, Cervantino en Guanajuato.

Es en el mes de octubre cuando el festival internacional cervantino tiene lugar en la ciudad de Guanajuato. Y como amante del arte y de la cultura, acudí a mi encuentro con los mejores artistas del festival en la colonial ciudad. Muchos periplos he pasado en esa ciudad.
--¡Un hombre!, ¡Quiero un hombre!- Gritaba una chica en plena calle, o debo decir en pleno callejón. Y yo solícito, acudí al llamado de las sirenas. Ella se fue inmediatamente, quizás solo estaba bromeando. Pienso en la cantidad de encuentros fortuitos, o planeados, quizás hasta en asaltos sexuales, que ocurren en esta ciudad y por estas fechas. Por ahí vi alguna vez a Católicas por el derecho a decidir, repartiendo preservativos en la muy tradicional y conservadora ciudad. Pero en este mes nada hay de conservador. La bebida abunda, y aunque no lo permiten mucho las autoridades, en las calles es común encontrar personas bebiendo, muy ebrias. Jóvenes y otros ya no tanto frecuentan los bares y antros, que están atascados a pesar de lo que cueste la bebida. Transito a pie por la Plaza de la Paz, y miro muchos contingentes marchando a ritmo de tambores. No son militares sino ordenes religiosas, de distintas comunidades de Guanajuato. Son feligresías que año con año rinden tributo a la Virgen, aunque estas fechas se empalmen con la realización del festival. Lo religioso y lo civil tiene lugar en este importante mes. Camino a donde se encuentra el Teatro Juárez, y me voy deteniendo para admirar las construcciones, los callejones, que encierran historias que quieren ser contadas, pero, de pronto, me detengo y me pongo a mirar la escalinata de un callejón, que viene como si fuera una cascada, La razón por la que me detuve no podía ser menos importante. Este voyeurista localizó a una chica sentada en uno de los escalones del callejón. Tenía los ojos cerrados, y se notaba muerta de sueño. Pude notar que estaba durmiéndose porque mientras cerraba bien los ojos, relajaba sus piernas, y las iba abriendo cada vez más. Vestía una falda larga, de esas que van debajo de la rodilla, pero estaba sentada con las rodillas encogidas, las piernas bien juntas desde las rodillas hasta los tobillos, y con sus manos pegaba bien su falda, cubriendo sus muslos. Pero el sueño la venció y sus piernas se iban separando por los tobillos, juntando todavía las rodillas, quizás en una inconsciente medida de seguridad contra los mirones... pero todo fue inútil. Sus níveas piernas dieron paso a mi mirada; torneados muslos, su piel no era blanca, era un tono moreno claro, muy sensual. Llevaba un calzón blanco, no traía medias ni tobilleras. Su vestimenta era típica de esas chicas desenfadadas, que calzan sandalias, faldas amplias de tela muy basta, como la manta, y una blusa de tirante, debajo de la cual no llevan brassiere. Pues bien, me quedé ahí frente a ella, y de repente noté que quería abrir los ojos, así que caminé hasta desaparecer del callejón donde la encontré. Volví, y pude ver que no despertó. Seguía en la misma posición. O debo decir, casi en la misma posición, pues ahora sus piernas estaban más abiertas, dejando ver bien el puente de algodón de la pantaleta, y hasta las orillas donde los pliegues de su piel se hacen uno con los bordes de la entrepierna de su panty. Su monte de Venus resaltaba cual seductora prominencia, y yo embebido me acerqué un poco más. Sus codos se apoyaban sobre las rodillas, hasta que resbaló uno de ellos, con lo cual ella estaba despertando, pero no abrió los ojos, ni cerró sus piernas, sino que volvió a acomodarse y quedó con sus piernas abiertas, dejando ver ese tesoro visual. Saqué una servilleta de mi bolsillo, con ella hice una rosa de papel, y lo dejé a sus pies, tan distanciados uno del otro, casi señalando el oriente y el poniente de la seducción, y al inclinarme a dejar en el suelo la flor de papel, vi todavía mejor esa prenda, y un poco de su pliegue externo, rodeado de vellos hermosos. Un policía pitaba por el callejón, desde lo alto, y entonces me alejé inmediatamente y pude ver, de lejos, que ella despertaba y cerraba sus piernas. Pude ver que volteaba por todas partes a ver si alguien estaba cerca. El policía llegó por el lado de su espalda, y noté que algo le decía a la chica. Ella se levantó y el policía se fue. De pronto ella miró hacia el suelo, y encontró la rosa de papel. La levantó, luego alzó su mirada, buscando al que pudiera dejarla ahí, y quizás pensando en todo lo que implicaba dejarla en el suelo, entre sus piernas y frente a su Venus.

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