Tuesday, December 13, 2005

III

Paco:
¿Qué tantas preguntas genera en ti la presencia femenina? Te diré que ellas siempre causan en mi una diversidad de dudas. Unas, por la sola presencia. Pueden ser enigmáticas, esotéricas, casi inaccesibles a la razón lógica, si no es que imposible de entender en el lenguaje de Aristóteles. ¡Qué importa! Bueno, pero eso no es lo más intrigante, no...lo más extraño es lo que llegan a preguntarle a uno. A veces me preguntan si acaso me gustan las mujeres. Otras veces me preguntan si tuve novia, o si he tenido que ver con alguien. Otras veces me preguntan si he estado enamorado de alguna prima.—¡Quietos todos, ellas son mías!--En otras ocasiones me han preguntado cómo enfrentar su primera vez.. ¡Ah! Intuyo que me ven viejo, canoso, casi ciego, gordo, horrible y nada atractivo para una mujer. Pero entonces, me ven quizás, como un consejero sentimental, como un buen hombre que puede prodigarles la experiencia necesaria y hacerlas sentir seguras de sí mismas en un momento crucial: su primera vez. O quizás me ven como alguien que no tiene experiencia alguna, alguien muy extraño, como muy tranquilo, o quizás sin deseo alguno. Nada más alejado de la verdad. Pero no todo en mi es el extremo del deseo de llevármelas y echarlas al plato. Y mucho me han dicho que tengo una mirada demasiado erótica, cachonda, como con fuego que sale de mis pupilas. Y pupilas quisiera tener, pero pupilas[1] del amor. No soy viejo, pero a pesar de tener 37 años mi pelo es casi blanco. Quizás mi desventaja sea que estoy un poco pasado de peso. ¡No, no es cierto! Quizás he sido demasiado exigente. Quizás me he equivocado al elegir alguna chica y no he mirado la rosa que crece cerca de mi jardín. Tal vez, amigo, he mirado demasiado alto, en las montañas, cuando debiera mirar la playa, o quizás el cacto que en primavera tiene una flor violeta, ahí donde casi no hay agua. Paradójicamente, esa flor calma la sed en el desierto. Estoy tan solo, y a pesar de tener amigos y amigas, no me siento acompañado. No amo. Es decir, amor tengo, siento amor por la vida, pero no hay alguien que reciba de este amor. Me he equivocado, Paco, he sido demasiado egoísta y no he mostrado mi lado amoroso, y vaya que si tengo amor. Pero también tengo ingenuidad. Nunca entendí las insinuaciones eróticas de una amiga que tuve hace años, y que me seguía a donde yo fuera. Quizás solo quería algo conmigo, quizás amor. ¡Vaya! No entendí ese lenguaje femenino, de la dulce insinuación. ¡Qué importaba si duraba o no esa aproximación! Hoy clamo por tener otra vez esa dulce hermosura, pues, amigo, ella era hermosa. Me gustan las mujeres hermosas, y hay muchos tipos de hermosura femenina, pero tengo mis gustos. Pero bueno, de momento aceptemos esa postura de consejero sentimental de las chicas. Recuerdo que cuando era yo tenía 26, me seguían las chicas de 13, de 16 años, y yo tontamente pensaba que me metería en problemas por salir con chicas menores de edad. Después me daba cuenta que esas chicas se iniciaban por ahí con alguien en la vida sexual y no pasaba nada, o quizás si pasaba pero no se notaba. Ahora que tengo 37 ya no me siguen tanto. Recuerdo que una amiga me contaba que se sentía muy mal porque se había enamorado desde la niñez de un primo suyo.
¡Ah!—le dije—eso ocurre frecuentemente, sobre todo si las familias son grandes y al mismo tiempo el ambiente familiar es el único para los chicos. Yo me enamoré de una prima mía—le conté—y no es algo que era exclusivo de mi persona.
Pero ella se sentía tan culpable, tan mal, que cometía muchos yerros al ligarse a algún chico que conociera. Si—le dije—yo sentía amor por alguien que familiarmente esta prohibido enamorarse, además por ser tan joven y no ser independiente económicamente, es decir es una edad en la que difícilmente se consigue trabajo para vivir, y, además, los padres están sobre de uno, vigilando. En otras palabras, cuando no tienes la madures ni la independencia para vivir por ti, no prosperará ese amor, sobre todo si es dentro de la familia. Además—le dije—ya conocerás más chicos. Cuando le conté que yo estaba tan enamorado de mi prima, y que muchos años duro ese sentimiento, quizás ya no se sintió culpable. Hoy sigue saliendo con su primo y con otros chicos. Y el que se siente culpable ahora soy yo. En otra ocasión ella afirmó que era capaz de acostarse con quien ella quisiera. Es bien curioso que cuando a esta chica le insinué que podríamos ser amigos con derechos, ella me frenó y me puso en claro que, solamente, si era para casarnos. Pero, ¡yo solamente quería un poco de sexo! ¿Pues cuál era la oferta entonces? ¡Ah! Pues, ese es mi error. Y ella me dijo que o éramos amigos o no seríamos nada, pues ella no sentía amor por mí. Al menos sé que puedo dar amistad y distinguir entre una amiga y una enamorada.
No soy un casanova, Paco, y en cierta medida me siento frustrado. No soy un gran conquistador, pero no voy a perder la esperanza de sentirme mejor cada vez y dar la seguridad que alguna chica esté buscando. Sé que soy algo machista, pero estoy consciente que eso no conduce a ningún trato digno. Simplemente busco a alguna chica tranquila, esbelta, y que le guste la filosofía. Quizás me he dedicado a vivir como soltero empedernido, rehuir compromisos, y andar con los amigos, bebiendo. Es increíble ver cuántos somos los que preferimos andar en los bares, conociendo gente, chicas, pero no se llega a conocer a alguien verdaderamente hasta que se frecuenta y se quiere conocer a alguien. Quizás por éste andar las chicas huyen. En fin, hay que hacer algunos ajustes. Me sentiría mucho mejor si aprendiera a bailar. Eso atrae mucho a las chicas. El baile es un lenguaje del cuerpo, uno se va conociendo en el baile, en la manera en la que invitas a una chica a la pista, en los pasos que das, en la mirada que se cruza, en los abrazos que se propician. Recuerdo ahora a una chica que conocí en un baile, y ella estaba muy interesada en mi. Solo una noche, bailando, y nos sentimos como si nos conociéramos de hace mucho tiempo, y estábamos tan abrazados, tan juntos, tan cerca, y pude ver en ella la pasión y las ganas de volvernos a ver. La acompañe a su coche, y nos despedimos. No me fue posible localizarla, quizás pronto la vuelva a ver, quien sabe. Pero, por lo pronto, Paco, a las chicas les digo ¡Salud, chica misteriosa!
[1] Pupilas, o sea, alumnas.

Sunday, November 27, 2005

Ezra Pound.

Francesca

Surgiste de la noche
y había flores en tus manos,
ahora surgirás de entre una confusión de gente,
de un tumulto de charla sobre ti.

Yo que te he visto entre las cosas primordiales
me enfurecí cuando escuché tu nombre
en sitios ordinarios.
Quisiera que las frescas olas fluyeran por mi mente,
y el mundo se secara como una hoja mustia
o como un diente de león para así ser barrido,
de modo que pudiera encontrarte de nuevo,
a solas.

Saturday, October 29, 2005

III

Guanajuato en Cervantino, Cervantino en Guanajuato.

Es en el mes de octubre cuando el festival internacional cervantino tiene lugar en la ciudad de Guanajuato. Y como amante del arte y de la cultura, acudí a mi encuentro con los mejores artistas del festival en la colonial ciudad. Muchos periplos he pasado en esa ciudad.
--¡Un hombre!, ¡Quiero un hombre!- Gritaba una chica en plena calle, o debo decir en pleno callejón. Y yo solícito, acudí al llamado de las sirenas. Ella se fue inmediatamente, quizás solo estaba bromeando. Pienso en la cantidad de encuentros fortuitos, o planeados, quizás hasta en asaltos sexuales, que ocurren en esta ciudad y por estas fechas. Por ahí vi alguna vez a Católicas por el derecho a decidir, repartiendo preservativos en la muy tradicional y conservadora ciudad. Pero en este mes nada hay de conservador. La bebida abunda, y aunque no lo permiten mucho las autoridades, en las calles es común encontrar personas bebiendo, muy ebrias. Jóvenes y otros ya no tanto frecuentan los bares y antros, que están atascados a pesar de lo que cueste la bebida. Transito a pie por la Plaza de la Paz, y miro muchos contingentes marchando a ritmo de tambores. No son militares sino ordenes religiosas, de distintas comunidades de Guanajuato. Son feligresías que año con año rinden tributo a la Virgen, aunque estas fechas se empalmen con la realización del festival. Lo religioso y lo civil tiene lugar en este importante mes. Camino a donde se encuentra el Teatro Juárez, y me voy deteniendo para admirar las construcciones, los callejones, que encierran historias que quieren ser contadas, pero, de pronto, me detengo y me pongo a mirar la escalinata de un callejón, que viene como si fuera una cascada, La razón por la que me detuve no podía ser menos importante. Este voyeurista localizó a una chica sentada en uno de los escalones del callejón. Tenía los ojos cerrados, y se notaba muerta de sueño. Pude notar que estaba durmiéndose porque mientras cerraba bien los ojos, relajaba sus piernas, y las iba abriendo cada vez más. Vestía una falda larga, de esas que van debajo de la rodilla, pero estaba sentada con las rodillas encogidas, las piernas bien juntas desde las rodillas hasta los tobillos, y con sus manos pegaba bien su falda, cubriendo sus muslos. Pero el sueño la venció y sus piernas se iban separando por los tobillos, juntando todavía las rodillas, quizás en una inconsciente medida de seguridad contra los mirones... pero todo fue inútil. Sus níveas piernas dieron paso a mi mirada; torneados muslos, su piel no era blanca, era un tono moreno claro, muy sensual. Llevaba un calzón blanco, no traía medias ni tobilleras. Su vestimenta era típica de esas chicas desenfadadas, que calzan sandalias, faldas amplias de tela muy basta, como la manta, y una blusa de tirante, debajo de la cual no llevan brassiere. Pues bien, me quedé ahí frente a ella, y de repente noté que quería abrir los ojos, así que caminé hasta desaparecer del callejón donde la encontré. Volví, y pude ver que no despertó. Seguía en la misma posición. O debo decir, casi en la misma posición, pues ahora sus piernas estaban más abiertas, dejando ver bien el puente de algodón de la pantaleta, y hasta las orillas donde los pliegues de su piel se hacen uno con los bordes de la entrepierna de su panty. Su monte de Venus resaltaba cual seductora prominencia, y yo embebido me acerqué un poco más. Sus codos se apoyaban sobre las rodillas, hasta que resbaló uno de ellos, con lo cual ella estaba despertando, pero no abrió los ojos, ni cerró sus piernas, sino que volvió a acomodarse y quedó con sus piernas abiertas, dejando ver ese tesoro visual. Saqué una servilleta de mi bolsillo, con ella hice una rosa de papel, y lo dejé a sus pies, tan distanciados uno del otro, casi señalando el oriente y el poniente de la seducción, y al inclinarme a dejar en el suelo la flor de papel, vi todavía mejor esa prenda, y un poco de su pliegue externo, rodeado de vellos hermosos. Un policía pitaba por el callejón, desde lo alto, y entonces me alejé inmediatamente y pude ver, de lejos, que ella despertaba y cerraba sus piernas. Pude ver que volteaba por todas partes a ver si alguien estaba cerca. El policía llegó por el lado de su espalda, y noté que algo le decía a la chica. Ella se levantó y el policía se fue. De pronto ella miró hacia el suelo, y encontró la rosa de papel. La levantó, luego alzó su mirada, buscando al que pudiera dejarla ahí, y quizás pensando en todo lo que implicaba dejarla en el suelo, entre sus piernas y frente a su Venus.

Tuesday, September 06, 2005

Noche calurosa

La noche era calurosa, tanto que mis amigos y yo, que estudiábamos contabilidad en la universidad autónoma de Querétaro tuvimos que empujarnos unos buenos tragos de cerveza fría. Sinceramente, y ahora lo digo con cierta nostalgia, yo no bebía. Además de la condición de no ser amante de las lides bacantes, o sea, hacerle a sacerdote de Baco, estaba yo más que nervioso porque habíamos comprado las cervezas en una tienda de esquina. Al carecer de envases para intercambiar en la compra, y dado que mis amigos se inclinaban por comprar esas enormes botellas que llamamos “caguama”. El tendero nos las vendió en bolsa. Sí, y con popote. Entonces, y después de darle unos tres tragos a la exótica bebida me parecía ver policías por todos lados corriendo a detenernos por consumir bebidas alcohólicas en plena calle. Caminábamos por el centro de la ciudad de Querétaro, pero afortunadamente para nosotros esa época no era tan policial, ni tan llena de control. Eso no estaba en el estilo de la todavía tranquila ciudad de Querétaro de principios de los noventa. Pero que bien,--pensé-- estamos ahorrando dinero, pues para cuando llegásemos a “la ópera disco club” no tendríamos mucha necesidad de comprar bebida. Ya llegaríamos bien servidos.
¿Hace falta describir los atuendos? Con el calor que hacía, una camisa de manga corta y unos dockers bien ligeros eran más que suficientes. Eso sí, nada de zapato tenis. Ya saben, el clásico n.r.d.a.
Lo extraño era que, mientras más en onda, o sea, bien pistos pero sin llegar a ebrio completo, más rápido entramos al antro.
Ahí si que hacía calor. Estaba a reventar. Era casi imposible avanzar hacia el centro de la pista, así que nos quedamos en las orillas. De repente me vi separado de mis compañeros, pues ellos fueron empujados por tanta gente que había aun en los pasillos, y ni qué decir de las mesas. Yo fui empujado hasta la pared, quedando de espaldas al muro, y además, a mi izquierda había una pequeña barda que hacía de división entre un pasillo y otro, así que estaba encerrado. Quise mirar hacia el centro de la pista, y me di cuenta que delante de mí había una chica, que también miraba al centro de la pista, y me daba la espalda.
Pero, al parecer ella estaba dispuesta a dar más. He aquí parte de esa generosidad:
El olor de su cabello recién lavado y su perfume eran algo realmente cachondo. Y con tanta limpieza y aroma, ella no tuvo empacho alguno en apoyarse contra mí. Yo me quedé inmóvil. Las manos quietas, como dice la canción. Pero ella percibió en sus nalgas una inquietud que yo pugnaba por contener. Al sentirla en contacto conmigo el deseo fue liberándose poco a poco. Pudoroso, o inseguro, como sea, di un paso lateral hacia mi izquierda, justamente hacia donde estaba la pequeña barda. Con eso, esperaba yo no delatarme y evitar llevarme algún vituperio por parte de la chica, pues, pensé que podría sentirse agredida. Entonces ella dio también un paso lateral a la izquierda, juntando sus nalgas a mi vientre, que en ese momento era un cúmulo de energía, caótica, desordenada, pujante. Ella empujó su cuerpo hacia atrás, alzando ese bello cuadro, cual yegua alazana, de tal manera que quedé atrapado, bien atrapado. En otras palabras, ya no pude moverme. Y la verdad que yo no deseaba escapar. La música disco, el calor, el sudor, el anonimato, se conjugaban con los movimientos rítmicos, con una bien disimulada actuación, como si estuviera ella bailando lo que ahora conocemos como lap dance, de pie, de espaldas a mí. Sentía las miradas de algunas otras chicas, que sonriendo, parecían tomar mi peripecia como algo de onda, liberado. Eramos un pequeño espectáculo, al mismo tiempo que parecíamos empezar a conocernos, sin hablarnos, ella volteaba a verme de cuando en cuando, con una sonrisa franca, pícara, identificándonos. De repente, el sudor parecía bañarnos de la cabeza a los pies; habían soltado un poco de espuma, y ésta, al caer, se transformaba en humedad que hacía transparentar nuestras prendas. Pude ver sus senos, pues no llevaba sostén, a través de su delgado vestido, que era de una sola pieza, pero corto, dejando ver unas hermosas piernas que se alargaban por el uso de unos zapatos de tacón alto, que no mucho, pero si lo suficiente como para procurar esa parte trasera de ella en la medida exacta a mi vientre, que ya estaba casi como volcán en erupción. Ella seguía de espaldas, dándome ese suave y rítmico masaje, sus manos acariciaban mis muslos y yo solo quería que saliéramos del antro para conocernos más profundamente. La abracé, le hablé al oído mientras acariciaba su cintura. Hola- le dije, y ella respondió con un suave: hola, ¿como estás?
- Hirviendo, sufriendo, por este calor y esta hermosa situación que se presenta—le dije.
- ¿quieres salir a tomar un poco de aire fresco?
- Sí--, dijo ella que para entonces me dijo su nombre: Ariadna
Solo diré que ella era bella, la acompañé hasta su casa, donde pusimos música romántica y brindamos, bailamos y luego nuestras bocas se buscaron con ansia, pues eran fuego al rojo vivo, Sus labios candentes buscaron mi pecho, abriendo con las yemas de sus dedos los botones de mi camisa, que para entonces estaba impregnada de sudor, mío y de ella, de su perfume, de su aroma que llegaba desde su entrepierna y que era inconfundiblemente el aroma de su interior. Era el aroma de la pasión.
¿Quieres saber qué haces? Me preguntó
n ¿Qué?
Luego tomó mi mano derecha, y alzando su vestido hizo que mi dedo medio burlara su ropa interior, y entrara en su vagina, húmeda, caliente.
Esto es lo que haces, esto es lo haces en mí, - me dijo.
De un solo movimiento, ella se despojó de su vestido, quedando solamente en un bikini de color rosa claro, muy acorde al tono de su vestido, del cual solo diré que quedó en un sofá, donde nos recostamos hasta hacernos uno solamente. Eran sus senos verdaderamente generosos y suaves, grandes, y mis manos los recorrían y acariciaban una y otra vez. No se tiene una oportunidad como ésta todos los días. Besaba sus pechos y su cuello y luego volvía a su jadeante boca, que era fuego.

Procuré contenerme para no desfondarme inmediatamente, y quité el bikini despacio para luego abrir sus piernas y mirarla toda desnuda, ofreciéndome su vagina que ya estaba plena de humedad. Quizás ya había tenido un orgasmo mientras bailábamos en la disco, pero yo estaba en la mejor disposición de prodigarle los que ella quisiera. Un mocetón de veintiún años, con una fuerza que podría enderezar por horas, amén de la belleza que tenía conmigo, no iba a quedarse con las ganas de disfrutar toda la noche de generoso festín.
Quiero sentirte- dijo, - quiero sentir tu lengua aquí—y señaló su sexo. Yo probé ese jugo precioso, besé y chupé su clítoris hasta que el orgasmo llegó.
Entra en mí, me dijo,- entra, entra en mí, mi amor. Sí, mas rápido, ¡más fuerte!, ¡así, así!

Esas palabras todavía resuenan en mi memoria. Todavía recuerdo su cuerpo, sus curvas tan sensuales. Sus senos son todavía el dulce lugar donde, si de niño algo me hizo falta, ahí me repuse. Sólo que ahora lo disfruté mas. Recuerdo su mirada pícara, pues, por iniciativa mía, jugábamos a cambiar de posición para darle más placer todavía a nuestro encuentro.
¿Ahora cómo?-- Me preguntaba ella, después de haber usado dos condones ya,
Ven- le dije- ¿cómo bailaste para mí en la disco? Y la puse de espaldas a mí. -- Ariadna, pon tus manos en el sofá--, y ella, solícita se agacho, permitiendo el grato placer de tener otra vez ese hermoso cuadro cual yegua alazana, pero ahora totalmente entregada, sin ropa que estorbe. Sus manos apoyadas en el sofá.
--Sube una rodilla, apóyala en el sofá... y ella apoyó las dos rodillas. Yo sentía que me sobrevenía el orgasmo. Apreté mi miembro y me contuve, pero solo para poder cambiar de posición.
La coloqué tumbada sobre su espalda, levanté sus piernas, pero en lugar de colocarme en la posición del misionero, me apoye en mi costado, de tal manera que quedamos como una T. Ella alzaba sus piernas, de tal manera que pude apreciar como invadía su sexo, su preciosa hendidura, penetrándola plenamente.
Luego me enderecé hasta quedar sobre ella, y después de un largo beso, entrelazando nuestras lenguas, volví a abrir sus piernas para llegar los dos al clímax, y extasiados abrazarnos y sellar nuestro encuentro con la promesa de volver a vernos al día siguiente. ¡Ah! Ariadna. Blanca es tu piel, y tus cabellos lacios caen hasta tus hombros. Claro, desnuda te ves mejor.