Tuesday, September 06, 2005

Noche calurosa

La noche era calurosa, tanto que mis amigos y yo, que estudiábamos contabilidad en la universidad autónoma de Querétaro tuvimos que empujarnos unos buenos tragos de cerveza fría. Sinceramente, y ahora lo digo con cierta nostalgia, yo no bebía. Además de la condición de no ser amante de las lides bacantes, o sea, hacerle a sacerdote de Baco, estaba yo más que nervioso porque habíamos comprado las cervezas en una tienda de esquina. Al carecer de envases para intercambiar en la compra, y dado que mis amigos se inclinaban por comprar esas enormes botellas que llamamos “caguama”. El tendero nos las vendió en bolsa. Sí, y con popote. Entonces, y después de darle unos tres tragos a la exótica bebida me parecía ver policías por todos lados corriendo a detenernos por consumir bebidas alcohólicas en plena calle. Caminábamos por el centro de la ciudad de Querétaro, pero afortunadamente para nosotros esa época no era tan policial, ni tan llena de control. Eso no estaba en el estilo de la todavía tranquila ciudad de Querétaro de principios de los noventa. Pero que bien,--pensé-- estamos ahorrando dinero, pues para cuando llegásemos a “la ópera disco club” no tendríamos mucha necesidad de comprar bebida. Ya llegaríamos bien servidos.
¿Hace falta describir los atuendos? Con el calor que hacía, una camisa de manga corta y unos dockers bien ligeros eran más que suficientes. Eso sí, nada de zapato tenis. Ya saben, el clásico n.r.d.a.
Lo extraño era que, mientras más en onda, o sea, bien pistos pero sin llegar a ebrio completo, más rápido entramos al antro.
Ahí si que hacía calor. Estaba a reventar. Era casi imposible avanzar hacia el centro de la pista, así que nos quedamos en las orillas. De repente me vi separado de mis compañeros, pues ellos fueron empujados por tanta gente que había aun en los pasillos, y ni qué decir de las mesas. Yo fui empujado hasta la pared, quedando de espaldas al muro, y además, a mi izquierda había una pequeña barda que hacía de división entre un pasillo y otro, así que estaba encerrado. Quise mirar hacia el centro de la pista, y me di cuenta que delante de mí había una chica, que también miraba al centro de la pista, y me daba la espalda.
Pero, al parecer ella estaba dispuesta a dar más. He aquí parte de esa generosidad:
El olor de su cabello recién lavado y su perfume eran algo realmente cachondo. Y con tanta limpieza y aroma, ella no tuvo empacho alguno en apoyarse contra mí. Yo me quedé inmóvil. Las manos quietas, como dice la canción. Pero ella percibió en sus nalgas una inquietud que yo pugnaba por contener. Al sentirla en contacto conmigo el deseo fue liberándose poco a poco. Pudoroso, o inseguro, como sea, di un paso lateral hacia mi izquierda, justamente hacia donde estaba la pequeña barda. Con eso, esperaba yo no delatarme y evitar llevarme algún vituperio por parte de la chica, pues, pensé que podría sentirse agredida. Entonces ella dio también un paso lateral a la izquierda, juntando sus nalgas a mi vientre, que en ese momento era un cúmulo de energía, caótica, desordenada, pujante. Ella empujó su cuerpo hacia atrás, alzando ese bello cuadro, cual yegua alazana, de tal manera que quedé atrapado, bien atrapado. En otras palabras, ya no pude moverme. Y la verdad que yo no deseaba escapar. La música disco, el calor, el sudor, el anonimato, se conjugaban con los movimientos rítmicos, con una bien disimulada actuación, como si estuviera ella bailando lo que ahora conocemos como lap dance, de pie, de espaldas a mí. Sentía las miradas de algunas otras chicas, que sonriendo, parecían tomar mi peripecia como algo de onda, liberado. Eramos un pequeño espectáculo, al mismo tiempo que parecíamos empezar a conocernos, sin hablarnos, ella volteaba a verme de cuando en cuando, con una sonrisa franca, pícara, identificándonos. De repente, el sudor parecía bañarnos de la cabeza a los pies; habían soltado un poco de espuma, y ésta, al caer, se transformaba en humedad que hacía transparentar nuestras prendas. Pude ver sus senos, pues no llevaba sostén, a través de su delgado vestido, que era de una sola pieza, pero corto, dejando ver unas hermosas piernas que se alargaban por el uso de unos zapatos de tacón alto, que no mucho, pero si lo suficiente como para procurar esa parte trasera de ella en la medida exacta a mi vientre, que ya estaba casi como volcán en erupción. Ella seguía de espaldas, dándome ese suave y rítmico masaje, sus manos acariciaban mis muslos y yo solo quería que saliéramos del antro para conocernos más profundamente. La abracé, le hablé al oído mientras acariciaba su cintura. Hola- le dije, y ella respondió con un suave: hola, ¿como estás?
- Hirviendo, sufriendo, por este calor y esta hermosa situación que se presenta—le dije.
- ¿quieres salir a tomar un poco de aire fresco?
- Sí--, dijo ella que para entonces me dijo su nombre: Ariadna
Solo diré que ella era bella, la acompañé hasta su casa, donde pusimos música romántica y brindamos, bailamos y luego nuestras bocas se buscaron con ansia, pues eran fuego al rojo vivo, Sus labios candentes buscaron mi pecho, abriendo con las yemas de sus dedos los botones de mi camisa, que para entonces estaba impregnada de sudor, mío y de ella, de su perfume, de su aroma que llegaba desde su entrepierna y que era inconfundiblemente el aroma de su interior. Era el aroma de la pasión.
¿Quieres saber qué haces? Me preguntó
n ¿Qué?
Luego tomó mi mano derecha, y alzando su vestido hizo que mi dedo medio burlara su ropa interior, y entrara en su vagina, húmeda, caliente.
Esto es lo que haces, esto es lo haces en mí, - me dijo.
De un solo movimiento, ella se despojó de su vestido, quedando solamente en un bikini de color rosa claro, muy acorde al tono de su vestido, del cual solo diré que quedó en un sofá, donde nos recostamos hasta hacernos uno solamente. Eran sus senos verdaderamente generosos y suaves, grandes, y mis manos los recorrían y acariciaban una y otra vez. No se tiene una oportunidad como ésta todos los días. Besaba sus pechos y su cuello y luego volvía a su jadeante boca, que era fuego.

Procuré contenerme para no desfondarme inmediatamente, y quité el bikini despacio para luego abrir sus piernas y mirarla toda desnuda, ofreciéndome su vagina que ya estaba plena de humedad. Quizás ya había tenido un orgasmo mientras bailábamos en la disco, pero yo estaba en la mejor disposición de prodigarle los que ella quisiera. Un mocetón de veintiún años, con una fuerza que podría enderezar por horas, amén de la belleza que tenía conmigo, no iba a quedarse con las ganas de disfrutar toda la noche de generoso festín.
Quiero sentirte- dijo, - quiero sentir tu lengua aquí—y señaló su sexo. Yo probé ese jugo precioso, besé y chupé su clítoris hasta que el orgasmo llegó.
Entra en mí, me dijo,- entra, entra en mí, mi amor. Sí, mas rápido, ¡más fuerte!, ¡así, así!

Esas palabras todavía resuenan en mi memoria. Todavía recuerdo su cuerpo, sus curvas tan sensuales. Sus senos son todavía el dulce lugar donde, si de niño algo me hizo falta, ahí me repuse. Sólo que ahora lo disfruté mas. Recuerdo su mirada pícara, pues, por iniciativa mía, jugábamos a cambiar de posición para darle más placer todavía a nuestro encuentro.
¿Ahora cómo?-- Me preguntaba ella, después de haber usado dos condones ya,
Ven- le dije- ¿cómo bailaste para mí en la disco? Y la puse de espaldas a mí. -- Ariadna, pon tus manos en el sofá--, y ella, solícita se agacho, permitiendo el grato placer de tener otra vez ese hermoso cuadro cual yegua alazana, pero ahora totalmente entregada, sin ropa que estorbe. Sus manos apoyadas en el sofá.
--Sube una rodilla, apóyala en el sofá... y ella apoyó las dos rodillas. Yo sentía que me sobrevenía el orgasmo. Apreté mi miembro y me contuve, pero solo para poder cambiar de posición.
La coloqué tumbada sobre su espalda, levanté sus piernas, pero en lugar de colocarme en la posición del misionero, me apoye en mi costado, de tal manera que quedamos como una T. Ella alzaba sus piernas, de tal manera que pude apreciar como invadía su sexo, su preciosa hendidura, penetrándola plenamente.
Luego me enderecé hasta quedar sobre ella, y después de un largo beso, entrelazando nuestras lenguas, volví a abrir sus piernas para llegar los dos al clímax, y extasiados abrazarnos y sellar nuestro encuentro con la promesa de volver a vernos al día siguiente. ¡Ah! Ariadna. Blanca es tu piel, y tus cabellos lacios caen hasta tus hombros. Claro, desnuda te ves mejor.

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